Por: Rodrigo Vidal Tamayo
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RUTA DIRECTA A NUESTRA LÍBIDO.
Para los puristas, la línea que separa al erotismo de la pornografía pura y dura es muy tenue. Tanto, que no existe una guía directriz para diferenciar entre contenido estimulante de la libido con fines meramente estéticos –erotismo- y contenido sexualmente gráfico con fines meramente puñeteros –pornografía-. ¿Cómo catalogar entonces a una película que, a pesar de contener desnudos, sexo explícito y muestras de diversidad sexual, no puede ser considerada ni pornográfica ni erótica?
Shortbus es el segundo opus de John Cameron Mitchell, quien nos sorprendió con su mirada tan honesta al transexualismo en la ya mítica Hedwig and the Angry Inch, musical cargado de protesta, romanticismo y rock and roll. Si bien Hedwig… fue una mirada íntima y personal a las relaciones humanas, Shortbus viene a ser lo mismo pero para una mente esquizofrénica, voluble y sin rumbo fijo. Casi como la de todos nosotros.
Sofía es una consejera sexual que jamás en su vida ha tenido un orgasmo, y el cuerpo ya le está pasando la factura. Su frustración ya está afectando incluso su labor profesional, al punto que en una sesión cachetea a Jamie, pareja de James. Ellos le recomiendan visitar el Shortbus, una especie de antro/cabaret/nodo de la bohemia sexual neoyorkina para que le ayude a poner en orden sus pensamientos. Ahí conoce a Severin, una dominatriz que le ayuda a poner en perspectiva su situación física y sentimental.
Jamie y James son dos homosexuales que llevan una relación monogámica, pero a últimas fechas James quiere abrir la relación y conocer a otras personas, situación que los lleva a consultar una consejera, llegando al despacho de Sofia. Después de recomendarle la visita al Shortbus, y de encontrarse seguido con ella ahí, conocen a Ceth, a quien invitan a formar parte de la relación, desatando la ruptura de la relación de ambos, una relación sostenida por las fantasías de Jamie.
Es así como se cruzan las vidas de los personajes, que al proseguir su camino de manera simultánea dentro del Shortbus descubren que el sexo es algo más que un acoplamiento con fines reproductivos o hedonísticos. Que de las emociones que se invierten en una relación sexual el amor es sólo una parte mínima y no la más importante. La furia, la dignidad, el ansia, y la sed de (auto)conocimiento son los verdaderos motores que impulsan la sexualidad humana. Dentro del Shortbus hay heteros, maricas, lesbianas, esclav@s, dominatrices, mirones, activ@s, pasiv@s, polivalentes y una infinidad de muestras de que la sexualidad no se reduce al binomio hombre/mujer y de que no es necesario que sea así, pues delimitar la diversidad sexual humana es una ofensa… incluso evolutiva.
Como decía al principio, Shortbus contiene escenas de sexo real, explícito y gráfico, no al punto de ser una cinta XXX (lo que significa que no hay close-ups de las penetraciones, ni cum shots, ni nada que pueda parecer denigrante para algunas personas), pero sí como para que la cinta borre la línea imaginaria entre erotismo y porno. Paradójicamente, esas escenas no están hechas, ni pensadas, para calentar la(s) cabeza(s) del espectador. Esas escenas son un instrumento para contra la historia, aprovechando al 100% las posibilidades comunicativas que una imagen puede ofrecer. Pocas veces el sexo en pantalla se había utilizado para demostrar de forma tan fehaciente una idea, un sentimiento o un poema. Hay gente desnuda, hay gente cogiendo, hay gente haciendo el amor y en ningún momento se siente la sensación de estar viendo algo prohibido, al contrario, la película transmite un sentimiento de tranquilidad al exponer a gente haciendo lo que le gusta sin represiones, culpas o tabúes.
Al igual que hizo en Hedwig…, Mitchell también incluye un pequeño comentario social, indavertido para quien ve la cinta como un viaje emocional nada más –que a fin de cuentas eso es lo que es la película-, pero muy claro para los activistas de los derechos sobre diversidad sexual. En una gringolandia post 9/11 en la que por ley se puede espiar a cualquiera y es muy difícil hacerle a la contracultura por miedo ser tachado de terrorista, una de las pocas libertades que quedan es la sexual. El Shortbus es un paraíso en donde todos pueden ser libres, todos pueden aspirar a conocer algo nuevo y todos pueden encontrarse a sí mismos, y ni siquiera el acta patriótica puede negar esos derechos. Mitchell lo sabe, y sabe también que la única forma de contrarrestar la absorción contracultural por parte del sistema es la revolución sexual, situación que queda más que patente en sus dos cintas.
Shortbus realiza un recorrido de emociones que cada espectador puede interpretar de acuerdo su espíritu, en donde el sexo es medio de comunicación. Más que demostrar que la pornografía puede ser arte, Shortbus demuestra que el arte está en conocernos y aceptar lo que somos: seres sexuales.