De Howard Phillips Lovecraft, se cuenta con una historia sobre su vida que se ha ido escribiendo desde hace 63 años en un intento por desempolvar hasta su psicología, pero a pesar de eso se continúa sabiendo poco.
Los documentos citan que nació en Providence el 20 de agosto de 1890, y lo describen como un hombre pálido, alto y enfermizo. No obstante en esos mismos textos se nos dice que podía ser agradable con sus amigos epistolares, pero a la vez, solía ser una persona alejada de la sociedad, con alma ermitaña, homófobo y con características físicas que se acercaban al gigantismo.
Aunque Lovecraft, bien que mal, fue un hombre de nuestro tiempo, el seguimiento biográfico de su vida nunca ha podido arrojar un perfil definitivo. Se nos ha ofrecido, eso si, una ambivalente existencia que parece continuar desarrollándose en las penumbras. Esa misma suerte incierta la ha corrido la obra de este providenciano al momento de brincar del papel al celuloide, pues si bien es cierto que la mayoría de intentos han resultado poco afortunados, también hemos podido ver algunos experimentos exitosos; pocos, pero palpables.
H. P. Lovecraft, el alucinado (como lo llamó su cuate August Derleth), efectivamente le hizo absoluto honor a ese, llamémosle, cargo o reconocimiento. En nuestra época, difícilmente alguien logró trastocar las convenciones de géneros como el horror o la ciencia-ficción, para hacer de su trabajo algo casi indescriptible, como él mismo calificó a sus criaturas ficticias.
Sólo Dios, Cthulhu o Satanás sabrán cómo es que este supuesto ser humano logró concebir y construir arquitecturas y paisajes que, hasta el momento de ser escritas, resultaban impensables. Cómo es que le dio forma a seres impalpables o repelentes a las neuronas, y que lo único real que logró, fue reproducir en el lector el terror de los desdichados que osaron desafiarlos.
Ese mismo terror parece repetirse cada vez que un productor o realizador de cine osan poner ojo en alguna creación de Lovecraft... pues invariablemente habrá un fracaso. Pareciera como si su obra estuviera maldita. De hecho, Lovecraft alguna vez escribió a un amigo: “Nunca permitiré que algo que tenga mi firma sea banalizado y vulgarizado en la clase de basura infantil que pasa por ‘cuentos de horror’ tanto en radio, como en cine”. Afortunadamente no vivió lo suficiente para ver lo que la industria comenzó a hacer con su trabajo 16 años después de su muerte, con la realización de Edgar Allan Poe’s The Haunted Palace, aunque parezca un chiste.
Producida por la AIP de Roger Corman –el rey de la serie B–, ésta muy libre adaptación a El caso de Charles Dexter Ward, de Lovecraft, protagonizada por Vincent Price, se realizó en plena popularidad de las adaptaciones a Poe que su productora llevaba haciendo durante esa década, y como los involucrados en esas producciones creían que el tal Lovecraft no llamaría la atención, decidieron presentarla como una obra del poeta maldito creador de El cuervo. Como una verdadera maldición –obviando que la película resulta entretenida si no se le trata de encontrar el símil con la obra original–, el truculento y retorcido camino que sus productores decidieron tomar para hacerla explotable, pareciera que demarcó el futuro sendero pedregoso en el paso de este autor por el cine.
Die, Monster, Die (Daniel Haller, 1965) y The Curse (David Keith, 1987), producciones inglesa y estadounidense, respectivamente, demostraron lo infilmable que resulta El color que surgió del espacio, ya sea por parecer más una adaptación a El hundimiento de la casa Usher, en el primer caso, o por carecer de interés como en el segundo.
En 1970, Corman pone nuevamente el dinero (bueno, entre comillas), para que Haller repitiera con Lovecraft, sólo que ahora con The Dunwich Horror, la cual desde luego no alcanzó, ni queriendo, el horror cósmico, aunque presentó un gracioso monstruo con tentáculos, además de que sumó a la historia el sacrificio de una virgen, situación fuera de la realidad lovecraftiana, en la que siempre hubo una especie de desagrado por los personajes femeninos.
El prolífico y casi siempre sorprendente guionista, director y creador de efectos especiales, Dan O’Bannon, realizó en 1991 una adaptación más a El caso de Charles Dexter Ward, bajo el título de The Resurrected, y aunque no resultó muy emotiva, la película cuenta con las entretenidas vueltas de tuerca propias del autor de Alien (1979, Ridley Scott). Algunas otras adaptaciones como The Unnamable (Jean-Paul Ouellette, 1988) y su secuela; además de The Lurking Fear (C. Courtney Joyner, 1994), más que guiños a los fanáticos del autor de Los Mitos de Cthulhu, parecieron hacer homenaje al cine de jóvenes calenturientos asesinados por fuerzas sobrenaturales.
Y sin lugar a dudas, los trabajos más sobresalientes realizados a partir de una obra de este autor los comprenden dos filmes de Stuart Gordon, director que cimbró buena parte de la industria gringa durante los 80 con su famosa Re-animator (1985) y From Beyond (1986). Ambas cintas, basadas en relatos cortos de Lovecraft (la primera en el primer capítulo de un serial corto que concibió para una revista de humor llamada Home Brew, la segunda alcanzando apenas las diez páginas de extensión), ofrecieron el combustible necesario para despegar los festines de sangre y excesos de estas películas que, si bien comenzaron respetando la propuesta del autor, ésta termina modificada con todos los agregados de Gordon, Dennis Paoli, su coescritor y Brian Yuzna, el productor.
Desarrolladas en el ambiente y con los elementos del cine independiente de ese momento, además de surgir en el establecimiento del cine gore y splatter como una propuesta autoral nueva en el medio, Gordon hace de los dos títulos una orgía visual que trasciende el dramatismo ominoso de la fuente original para presentarlos como un mensaje del absurdo surrealista.
Re-animator desarrolla la intensa historia del estudiante de medicina Herbert West (Jeffrey Combs) quien ha encontrado una fórmula para revivir a los muertos, sólo que comienza de la manera incorrecta al darle vida al cuerpo inerte, y sin cabeza, del doctor Hill (David Gale), provocando así un verdadero manicomio en la universidad de Miskatonik (legendaria en la mitología del autor), mientras la cabeza del doctor y el cuerpo desnudo de Barbara Crampton dieron a conocer la palabra cunilingus entre espectadores y críticos, quienes desde entonces la tienen en su diccionario personal. La secuela, Bride of Re-animator (1990, Brian Yuzna), desde el título manifiesta una insana película con cientos de homenajes al género y que puede disfrutarse igual que su antecesora.
From beyond, aunque menos sangrienta, presentó la extrovertida historia del doctor Crawford Tillinghast (otra vez Jeffrey Combs), quien ha creado un enorme aparatejo que permite la apertura de una cuarta dimensión plagada de extrañas criaturas, produciendo el desarrollo de la glándula pineal como si se tratara de un falo que sale de la frente, y que permite ver cosas que normalmente no se pueden percibir, además de potenciar la libido. El resultado es otra orgía de locuras fascinantes.
Gordon desde luego ha continuado haciendo cine que lo ha mantenido en forma, películas sobresalientes como Dolls (1987) o Fortress (La fortaleza, 1993) lo constatan; no obstante, su anhelada adaptación a La sombra sobre Innsmouth no ha podido llevarse al cabo, lo que se ha convertido en una verdadera lástima, pues con el trabajo del trinomio Gordon-Paoli-Yuzna, los diseños del gran dibujante Bernie Wrightson (creador de Swamp Thing) y los efectos especiales de Dick Smith (El Exorcista, William Friedkin, 1973), Altered States (Estados Alterados, Ken Russell, 1980), este proyecto ha prometido ser la película definitiva sobre el trabajo de este autor.
De este triste proyecto malogrado puede decirse que surgió Dagon (2002), penúltimo filme de Stuart Gordon, proyecto realizado en España para Fantasy Factory, la nueva compañía productora de Yuzna. Dagon es un largometraje que, aunque no logra la originalidad de Re-Animator ni presenta lo que parecía prometer The shadow over Insmouth, es justo decir que resulta una buena adaptación al cuento homónimo del autor.
LA MALDICIÓN DE LOVECRAFT
La extraña criatura en que se ha convertido la obra de este autor demuestra ser en extremo caprichosa, y aunque cuenta con algunos logros interesantes en celuloide, la cantidad y calidad palidece ante la interesante imaginería que la influencia de Lovecraft ha hecho germinar en el trabajo de infinidad de cineastas.
Estableciéndose en prácticamente todos los géneros de la fantasía cinematográfica, las invenciones de Lovecraft aparecidas en la pantalla grande van desde atmósferas recurrentes, hasta apariciones del propio semidios antiguo Dagon o del espeluznante Necronomicón. Sam Raimi, Lucio Fulci, Dario Argento y John Carpenter son algunos cineastas que, en mayor o menor grado, han demostrado un gran respeto e interés por los mitos del Cthulhu a la hora de dirigir.
Raimi, homenajea al literato con su granguiñolesca historia de excesos presente en la trilogía de Evil Dead I, II y Army of darkness (El despertar del Diablo 1, 2 y El ejército de las tinieblas), en la que hasta el libro maldito del Necronomicón tiene una participación importante. Lucio Fulci, de igual forma, con su trilogía compuesta por Paura nella città dei morti viventi (1980), L’aldilà (1981) y Quella villa accanto al cimitero (1981), componen una obra basada en gran medida en las atmósferas descritas por el autor en algunos de sus libros, las cuales, parecen también ser la influencia determinante en Suspiria (1976) e Inferno (1979), ambas de Argento, donde retoma la ambientación de cuentos como La casa de la bruja.
Y ese legado no queda ahí. Los cientos de tentáculos de la imaginación de este autor solitario se entrelazan en formas extrañas con literatura, cine y música. Su obra, aunque difícil, se ha enraizado como un gusano cerebral que genera rosas negras sin cesar.