“Débil cuando está viva,
pero fuerte cuando está muerta”.
Akihiro Kitajima, Horror Movie Shi
Esa cita, queda como anillo al dedo para gran número del cine de espectros japonés; sobre todo, desde el realizado con la aparición de Ringu, en 1997. Y aunque no pude evitar ponerla por su contundencia, he de aceptar que no se aplica del todo a Una llamada perdida (Chakushin ari, 2003), la película que ha provocado este texto.
Con sus cerca de setenta filmes a cuestas, Takashi Miike ha llegado a una excelencia formal pocas veces vista y, por tanto, de forma casi natural, también han comenzado a surgir sus detractores. Con Una llamada perdida esto se hace patente, pues no han sido pocos los que han manifestado su desacuerdo con este primer acercamiento absoluto de Miike al género de horror.
Desde luego, lo que ha quedado claro, es que el público ya comienza a quedarse corto para entender a este extraordinario (en el sentido estricto de la palabra) realizador. Con el estreno comercial en México de Una llamada perdida, por otra parte, estamos celebrando por partida doble, pues además de ser una sorprendente película de género, también se trata, finalmente, de la llegada del cine de Miike a la pantalla grande en condiciones profesionales.
Pues bien, Una llamada perdida, sin duda, se trata de un filme derivativo, como sucede con el 90 por ciento de la producción cinematográfica japonesa y, tal vez, con la misma cantidad en el cine occidental. Hay que recordar que los intereses del público, los realizadores y los productores de cine japonés se centran considerablemente en el reciclaje y revisión de fórmulas dramáticas y anecdóticas: el talento y peculiaridad en esta industria reside en su capacidad para revestir y reinventar esos datos conocidos.
Una llamada perdida abreva de la escuela iniciada por Hideo Nakata con Ringu, retoma el desarrollo de esta tendencia en otras películas y, a pesar de que no extrapola la historia hacia otras latitudes –como sucede comúnmente en la obra del realizador– pues en ésta se restringe y respeta los mecanismos del género (lo que la hace una de las películas más lineales en su filmografía), resulta una obra impecable en su ejecución y efectiva en su objetivo: provocar sustos y admiración.
En el filme, durante una cena con amigos, una joven recibe una extraña llamada registrada como perdida y, finalmente, descubre que se trata de una llamada realizada por ella misma dos días en el futuro. Este incidente en cerca de 48 horas, se devela como una llamada de alerta malograda, previo a su muerte en un trágico accidente e, igualmente, se trata de la continuación de una serie de muertes extrañas entre los amigos, posteriores a increíbles llamadas perdidas.
Efectivamente, así como el videocasete de Ringu, en esta película es el teléfono celular lo que hace las veces de medio para transmitir el mal a través de llamadas, pero sobre todo, por medio de una peculiar fotografía enviada a través de la cámara del celular, a partir de la cual se puede ver la forma que ha tomado para aquejar a los protagonistas del filme.
Miike convierte en un tour de force su acercamiento a los elementos del género ringu, por llamarlo de alguna forma. El armado y uso que hace de ellos es precisos e inmaculados; sin embargo, es aún más sorprendente la renovación y los agregados que logró.
La mala leche del cineasta convierte a esta película en un auténtico acto sádico de su parte y masoquista, seguramente, para varios de los espectadores que sufrirán como en pocas ocasiones. La visión de Miike al género es más violenta y gráfica que en la mayoría de los anteriores ejemplos asiáticos, y es así que este filme se convierte en uno de los más gráficos en la vena de fantasmas y, sobre todo, quedará para la posteridad como uno de los filmes con uno de los espectros más cabrones del cine.
A diferencia del lugar común del espectro que sólo busca descansar en paz, éste es uno realmente maligno y, sobre todo, enfermo mentalmente (al menos en vida). No diremos la razón para evitar develar el misterio.
“Si las regañas, ponen mala cara. Si les pegas, lloran. Si las matas, se convierten en espectros”, reza este dicho popular del medioevo japonés (tomado del libro Cine Fantásticio y de Terror Japonés, de Carlos Aguilar, Daniel Aguilar y Toshiyuki Shigeta, editado por la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián) y con Una llamada perdida, parece quedar muy claro ese terror, cimentado en la misoginia, de la cultura japonesa.
Miike, una vez más, juega como se le pega la gana con las emociones del espectador, hasta llegar con un final (tras muchos otros) tan ambivalente como sorprendente.
UNA LLAMADA PERDIDA
(Chakushin ari / One Missed Call)
Dirección: Takashi Miike; Guión: Minako Daira, basado en el libro de Yasushi Akimoto; Producción: Naoki Sato, Yoichi Arishige, Fumio Inoue; Fotografía: Hideo Yamamoto; Música: Kôji Endô; Edición: Yasushi Shimamura Con: Kou Shibasaki (Yumi Nakamura), Kazue Fukiishi (Natsumi Konishi), Atsushi Ida (Kawai Kenji), Renji Ishibashi (Motomiya), Goro Kishitani (Oka), Yutaka Matsushige (Fujieda Ichiro)
Japón 2003 112 min.