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AZUMI

Por: José Luis Ortega Torres

Hablar de cine de diversión en estado 100% puro, es más que un trabajo, una verdadera satisfacción. Más aun cuando nos referimos a películas que por su propuesta terminan siendo sorprendentes, como es el caso de Azumi (2003), película dirigida por Ryuhei Kitamura, realizador japonés que se ha dado a conocer de manera internacional con el recorrido por diversos festivales fantásticos de Versus (2000), su tercer película, y que aun cuando adolece de cierta coherencia narrativa, es un espectáculo de alcances visuales sorprendentes.

Superando esos escollos argumentales y mejorando todavía más su estilo visual –aunado a un ritmo que no da pie a descanso–, Kitamura hace de Azumi una película que puede servir como ejemplo eficaz de lo mejor del cine de entretenimiento en la actualidad, a la vez que una referencia obligada para todo aquél cinéfago ávido de iniciarse en las lides del disfrute del cine asiático.

Para aquellos que piensen en El último samurai como el non plus ultra del cine de honorables guerreros nipones –donde por supuesto queda demostrado que Ken Watanabe es mejor actor que Tom Cruise– debo adelantarles que esta cinta los dejará con la boca abierta. Azumi es de esas películas que no necesitan de una campaña mundial de publicidad para demostrar que es infinitamente superior, aunque por supuesto que le hubiera venido bien en el plano meramente de distribución, para que algún arriesgado se decidiera a estrenarla en pantalla grande en México.

Al inicio de la cinta no sabemos todavía a que atenernos. Una pequeña llora ante el cadáver de su madre. Ambas aparecen en medio de una montaña abandonadas y nosotros no sabemos cuál es la razón de su soledad, hasta que aparece delante de la niña un hombre seguido de dos niños de su misma edad, quienes la recogen y llevan a su lado. Elipsis. Años más tarde un grupo de dotados atletas entrena sus rutinas de guerra en medio del bosque. Fuertes, ágiles y temerarios, juntos forman un grupo de asesinos entrenados por Gessai, ex samurai al servicio del imperio Tokugawa, al que juró defender de aquellos que pretenden usurpar el trono. De entre el grupo, el elemento más valioso es Azumi.

Si bien es cierto la historia se topa con algunos clichés propios del cine de acción oriental, esto no se convierte en un lastre, pues se encuentran tan bien dosificados en su intensidad y ritmo que encajan perfectamente a lo largo del metraje. Ahí están balanceados los momentos donde se hace patente la lealtad entre los amigos; situaciones cómicas que dan paso a sanguinarias masacres por parte de los antagonistas de la historia, e incluso, momentos de fuerte dramatismo, como la selección definitiva de los cinco guerreros que habrán de cumplir la misión, momento en el que Azumi debe de crecer no sólo como mujer, sino también como el más letal de los guerreros.

Con todo, la presencia de la bella Aya Ueto en el papel de la asesina (nominada por este papel como la mejor actriz del año, según la Academia de Cine Japonés) le confiere un aire de ingenuidad y dulzura al personaje, ya que durante las dos horas que dura la película, la veremos atravesar por distintos estadios de carácter que le confieren una naturaleza de verdadera humanidad –nada de estoicismo hollywoodense– y que el director presenta ya sea por medio de los velados recuerdos de su madre muerta, su amistad perdida con Nachi –el niño que le tendió la mano al quedar huérfana– y hasta en los momentos en que queriendo abandonar su misión en pos de una vida normal, debe de volver a las armas para salvar su propia vida y la de Yae, su inocente amiga.

Azumi es una película que va in crescendo a la mejor manera de un manga o anime, de hecho, rescata lo mejor de estas formas del pop art nipón para ponerlo en escena por medio de emplazamientos de cámara y lentes angulares para, de verdad, provocar el efecto de estar disfrutando más de una viñeta, que de una escena cinematográfica, recursos que sumados a los arriesgadísimos movimientos de cámara, llevan al espectador al paroxismo de la fantasía.

Bastaría como ejemplo la batalla que sostienen Azumi y el andrógino asesino Bijomaru –otro rasgo propio de las caricaturas orientales, el de los personajes asexuados– en el clímax de la cinta como una lección de cómo los excesos, bien aplicados en la cinematografía moderna, pueden convertirse en una bella forma de arte y a la vez, en una máxima de diversión.

Cortas quedan las palabras para describir una cinta tan fabulosa como Azumi. Aunque no dudo que habrá alguien que, aposentado en la exquisitez cinéfila más agriamente recalcitrante, la califique de un divertimento pedestre que copia los parámetros del cine de acción impuesto por Matrix y sucedáneos, demostrando así su incultura snob, pues fueron los Wachowski quienes voltearon la mirada al Oriente para poder crear un mundo de fantasía donde los sueños se quedan cortos.



AZUMI


Dirección: Ryuhei Kitamura; Guión: Isao Kiriyama, Yu Koyama, Rikiya Mizushima; Producción: Mataichiro Yamamoto; Fotografía: Takumi Furuya; Música: Taroh Iwashiro;

Edición: Shuichi Kakesu; Con: Aya Ueto (Azumi), Shun Oguri (Nachi), Hiroki Narimiya (Ukiha), Kenji Kohashi (Hyuga), Takatoshi Kaneko (Amagi), Yoshio Harada (Gessai), Jô Odagiri (Bijomaru Mogami), Aya Okamoto (Yae)

Japón, 2003 128 min.

Participaciones: Nominación al Premio a Mejor Actriz (A. Ueto), Academia de Cine Japonés, 2004; Festival Internacional de Cine Fantástico de Bruselas, Bélgica 2003, Festival de Cine Asiático de Nueva York, Estados Unidos, 2004; Festival de Cine de Filadelfia, Estados Unidos 2004; Festival de Cine de Sundance, Estados Unidos 2004.

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