Cuando el negocio no está peleado con el arte
Ubicar las realizaciones fílmicas en dos rubros denominados “artísticas” y “comerciales”, definitivamente suele ser una visión muy limitada y estrecha, sujeta a visiones hasta cierto punto deformadas por conceptos mal empleados dentro de un sistema mercantil maniqueísta. Aunque para el público ambas “definiciones” les permite tener una percepción respecto al cine, para algunos éste es arte puro, para otros, mera forma de entretenimiento y distracción.
Ejemplos, muchos, cuando uno va a un blockbuster y vemos la sección “cine de arte”, rentamos la susodicha peli y entonces suponemos que estamos en otro nivel, o por sólo asistir al FICCO, Cineteca Nacional, festivales como Ambulante, Festival de Verano, o diversos cine clubes, entonces creemos que ya somos aceptados dentro del ámbito “intelectualoide”. Y en el otro extremo también se da, uno paga un boleto para ver una historia que nos ayude a “evadir los problemas de la vida cotidiana y pasarla bien” cerca de dos horas aproximadamente, agregando una ingesta de comida chatarra, la mayoría de las veces.
El comentario vertido va dirigido a aquellos puristas que finalmente acaban por tener una miopía o nula apreciación cinematográfica, quienes consideran estas posturas radicales, desprecian los vastos géneros y subgéneros que cada día se van creando, pero sobre todo, no se dan la oportunidad de constatar que el arte no está peleado con el negocio.
El film, “El hombre que amó a las mujeres”, es uno de tantos casos donde el cine conjuga arte con negocio; comedia que vislumbra una de las obsesiones que tuvo su director Francois Truffaut: las mujeres. El autor narra una efectiva propuesta, la búsqueda del amor, o por lo menos, abrazar la idea del amor que el personaje principal descubre en cada una de sus relaciones.
Bertrand Morane es un casanova que se enamora de toda fémina que conoce, solitario, de edad madura, vive en Montpeller, donde trabaja en un laboratorio que estudia la mecánica de los fluidos, de los fenómenos atmosféricos y metereológicos, sin perder la oportunidad de conseguir el amor de la mujer que sea de su agrado. Durante su travesía amorosa, Bertrand se detendrá escribir su biografía, enfocada a recordar algunas de sus experiencias eróticas adquiridas con mujeres que han desfilado por su vida, para después publicarse como una novela, pero al mismo tiempo, éste proceso de escritura, le servirá como catarsis.
En la cinta, Truffaut tiene una visión pesimista acerca de las relaciones de pareja, sin embargo, a través de su alterego, está en busca del amor todo el tiempo, aunque termine por desecharlo. Sin duda, lo que resalta en primera instancia es el buen manejo del guión, un argumento bien definido, la película fluye sistemáticamente conforme vamos descubriendo a profundidad a nuestro personaje. El uso del close up recurrente a las piernas de las “amadas”, es una constante en la fijación de Bertrand, convirtiéndolas en objetos fetichistas, no sólo dentro de la ficción que presenciamos, seguramente también lo fueron en la vida del autor.
La cinta inicia con el funeral del protagonista, al panteón acuden únicamente mujeres (sus compañeras de intimidad), ahí se inserta un monólogo de Geneviève, su editora y última amante; narrado en off, para después hilarse con el prólogo del libro de Bertrand: “Las piernas de las mujeres son compases que circulan el planeta dándole equilibrio y armonía”, para en un flashback, en una lavandería, donde Bertrand iniciará la búsqueda de la dama que lo ha impactado con tan sólo verle su espalda y pantorrillas.
El personaje de Bertrand, es ideal para aquellos soñadores masculinos que recurren a la fantasía de tener un harem de mujeres. Truffaut, desarrolla una historia simple, sin complicaciones, con una variedad en los tonos, porque a medida que avanza pasa de ser una comedia, a un drama reflexivo y por momentos filosófico.
Las puestas en situación del filme resultan efectivas todo el tiempo, cada relación que vive Bertrand desentraña las pasiones más profundas de sus conquistas que se muestran agradecidas con él, pero siempre revelarán un reproche: “Si me quisieras un poquito, serías perfecto”; las hay desde tiernas, agresivas, hasta desquiciadas y asesinas. Todos los personajes son dirigidos acertadamente, ya que no se presencian titubeos o actitudes inverosímiles, incluso la telefonista que funge como su despertador todas las mañanas, lo vigila, sabe cómo es él, pero nunca la vemos, sólo la línea telefónica es el vínculo entre ambos, suficiente para generar un mayor deseo sexual.
Existe otro excelente empleo del flashback, al recordar su infancia turbada por su madre, quien tras su fracaso matrimonial, fustiga con sus obsesiones los primeros acercamientos sexuales de un Bertrand, que empezará a explorar con su vecina de 11 años, para después ser inducido en su primera vez, por una prostituta.
Recordemos que Francois Truffaut, fue fundador e impulsor de la Nueva Ola Francesa (Nouvelle vague), movimiento que valoró el trabajo del director como autor de la obra misma. A finales de los años 50’s las teorías cinematográficas se acentuaban más en Francia y la crítica estaba en todo su auge, paralelamente con la creación de revistas especializadas, cineclubes y festivales.
En 1954, cuando el joven entonces Truffaut escribió un artículo para Cahiers du cinéma titulado, “politique des auteurs”, un ataque a la tradición de calidad, su postura radicó en reprochar a algunos directores la forma en que llevaban a la pantalla los clásicos de la literatura, creando películas de fórmula predecibles en fondo y forma donde el autor no asumía la obra literaria como propia y el sello personal no subsistía, si es que acaso existía.
Truffaut obtuvo el premio como director en Cannes por “Los cuatrocientos golpes” en 1959, gracias a esta nueva forma de hacer cine, sin olvidar que también recibió la nominación hollywoodense para un Oscar.
“El hombre que amó a las mujeres”, película realizada en 1977, durante el auge del cine de autor, funcionó como un producto adecuado para la industria del entretenimiento, sin dejar de ser original, con estructura clara, sin pretensiones intelectuales, pero dirigidas a un público inteligente gustoso de las temáticas que aporten reflexiones en su vida. Una muestra de que el negocio y el arte no están peleados, a final de cuentas, el cine de Truffaut también es un producto que ha dejado buenas ganancias.
EL HOMBRE QUE AMÓ A LAS MUJERES
(L'homme qui aimait les femmes)
Dirección: François Truffaut; Guión: François Truffaut, Michel Fermaud, Suzanne Schiffman; Producción: François Truffaut, Marcel Berbert; Fotografía: Nestor Almendros; Edición: Martine Barraqué; Con: Charles Denner (Bertrand Morane), Brigitte Fossey (Geneviève Bigey), Nelly Borgeaud (Delphine Grezel), Genevieve Fontanel (Hélène), Leslie Caron (Vera), Nathalie Baye (Martine),
Francia, 1977; 120 min.
Participaciones: Festival Internacional de Cine de Berlín, Alemania 1977; Festival de Cine de Nueva York, Estados Unidos 1977.