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«The Driller Killer (El asesino del taladro)». Misticismo y trascendencia.

Por José Luis Ortega Torres.


En 1979 un insolente joven ítalo americano lanzó al mundo un escupitajo de odio. Su nombre, Abel Ferrara. Su obra, The Driller Killer, su ópera prima filmada de forma independiente en Nueva York. En El asesino del taladro (conocida también como Asesino implacable), el entonces incipiente director se encargó de plasmar el fenómeno de la falta de confianza en el individuo, además del constante sentimiento del fracaso personal y profesional de los jóvenes a fines de los años setenta.


Ferrara presenta una visión pesimista de un futuro sin salida ni alternativas en una ciudad que se devora a todos los que en ella habitan. Sentimientos de culpa profundamente arraigados mostrados desde el inicio del filme por Reno Miller (el propio Ferrara, actuando bajo su habitual seudónimo de Jimmy Laine) –un joven pintor que ha conseguido cierto éxito asiste con Carol, su novia, a una iglesia. Una serie de visiones oníricas le harán perder el control y salir huyendo sin motivo aparente del recinto.


Junto con Reno y Carol vive Pamela, una amiga mutua. Los tres están cada vez más desesperados por no tener ni un centavo, en tanto que las cuentas los agobian. La única esperanza es que Reno venda la obra que está terminando, la extraña pintura de un búfalo. Cuando acude con su agente en busca de un adelanto éste se lo niega. El estado neurótico del artista va en aumento, llenándolo cada día más de furia y odio contra todos los que le rodean, al grado de hacerlo indiferente a cualquier circunstancia, tanto que atestigua un asesinato sin que éste le provoque shock alguno.


Por si fuera poco, al mismo piso en el que vive, se muda una banda de música punk que ensaya durante toda la noche, situación que termina por sacarlo de sus cabales. Una noche, en plena madrugada, el ruido se vuelve insoportable y después de sufrir agresivas alucinaciones, Reno sale a la calle, desquitando su furia con un vagabundo que se encuentra dormido, aunque sin dañarlo físicamente. Pero su contención es sólo momentánea. Cuando le regalan un conejo desollado para cocinar, sentir la carne sanguinolenta en sus manos lo desquicia, esta vez por completo, destazando al animal como una forma de catarsis a sus problemas, aunque insuficiente, por lo que armado de un taladro de batería portátil comenzará a atacar a los parias que se crucen por su camino.



A diferencia de otras cintas gore donde el asesino caza de forma banal  a sus víctimas, en medio de espectaculares secuencias de persecución, Abel Ferrara demuestra que no es el efectismo sanguinolento lo que busca. Alguna parte del metraje lo dedica a seguir de manera completamente documental a distintos grupos de indigentes en las calles de Nueva York, incluyéndose él mismo a cuadro charlando con ellos.


La cámara se limita a mostrar sus rostros y el ambiente miserable en el que se encuentran, sin ningún recurso técnico que lo distorsione, registrando de manera descarnada la otra cara de la cosmopolita ciudad en un contexto de finales de los desencantados años setente donde "la Gran Manzana" no era más que una cloaca hedionda infestada de ratas, distabndo mucho de ser el paraíso de la gentrificación aspiracionista que representa en este siglo XXI.


Esas mismas secuencias las engarzará con otras que muestran a su personaje ejecutando sin misericordia a sus víctimas, incomodando al espectador de una manera desgarradora, pues las escenas de los crímenes se han filmado siguiendo casi al pie de la letra los mismos cánones del documental sociológico, como lo son sus insertos de aquellos descuidadps paseos por los bajos fondos neoyorquinos.



El frágil mundo de Reno se vendrá abajo de manera irremediable. Su pintura es rechazada, su novia lo abandona y él sólo encuentra escape en el asesinato. El crimen como acto lúdico, como acto reivindicatorio donde Reno se erige por encima de sus víctimas. Si con sus manos de artista no pudo asegurar su posición y su futuro; con las de asesino es capaz de disponer de vidas ajenas a su entero antojo, siempre con una siniestra mueca de frenesí liberador. Finalmente su mente no soportará más y lo único que permanecerá es la culpa.


The Driller Killer significó el atronante debut de un director siniestro, capaz de plasmar las miserias del individuo que son producidas por un entorno malsano y corruptor. Si bien no volvió a abordar, hasta el momento, los estándares del gore (las escenas de los asesinatos con el taladro son más que excesivamente sangrientas, realistas, lo que las potencia en el imaginario) sus filmes son ricos en violencia moral. Baste poner como ejemplo las espléndidas Ms. 45 Angel of Vengeance (Ángel de la venganza, 1981), The King of New York (El rey de la mafia, 1990), su obra cumbre Bad Lieutenant (Corrupción judicial 1992), y su acercamiento al cine fantástico con la cinta de vampiros The Addiction (Adicción, 1995).



EL ASESINO DEL TALADRO aka. ASESINO IMPLACABLE

(The Driller Killer)


Dirección: Abel Ferrara; Guión: Nicholas St. John; Producción: Douglas Anthony Metro; Fotografía: Ken Kelsch, Jimmy Spears (James Lemmo); Música: Joseph Delia; Edición: Bonnie Constant, Michael Constant Orlando Gallini, Jimmy Laine –Abel Ferrara–; Elenco: Jimmy Laine –Abel Ferrara– (Reno Miller), Carolyn Marz (Carol Slaughter), Baybi Day (Pamela), Harry Schultz (Dalton Briggs), Alan Wynroth (Al), Maria Helhoski (la monja).

Estados Unidos ,  1979  –  96 min.


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