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«El año de la plaga». Body Snatchers flipaos


Por José Luis Ortega Torres.


I.
















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Entre noviembre y diciembre de 1954, la célebre y hoy desaparecida revista estadounidense Collier’s (aka. Collier’s Weekly) publicó, de manera serializada, la que sería la segunda novela de Jack Finney, el thriller de ciencia ficción The Body Snatchers, finalmente publicada en un sólo volumen al año siguiente.

Quién iba a pensar que esa novela, en su momento duramente criticada por su incoherencia, falta de originalidad y «un desenlace no del todo convincente», según el influyente crítico literario de la época Peter Schuyler Miller (ca. 1955), llegaría a las pantallas cinematográficas dos años después, en 1956, bajo la dirección del notable realizador Don Siegel.

Filmada en apenas veinte días y con tan sólo 350 mil dólares de presupuesto, Siegel logró crear una película que superó los 3.5 millones en taquilla. Pero, más allá del éxito casi inmediato, este cineasta oriundo de Chicago, legó para las futuras generaciones una piedra angular del más paranoico cine de ciencia ficción estadounidense post-Segunda Guerra Mundial, con todas las cargas simbólicas y alegóricas que de ello se derivan superando, bien vale la pena decirlo, al original literario en el que se basó.

Convertida en auténtica película de culto, La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers) ha servido de inspiración para otras tres versiones oficiales: la dirigida por Philip Kaufman en 1978; por Abel Ferrara en 1993 y la del alemán Oliver Hirschbiegel en 2007; además de otras versiones no oficiales, pero que le han rendido un homenaje confeso como The Faculty, realizada por Robert Rodriguez en 1998 o Assimilate, de John Murlowski, filmada en el 2019, mismo año en el que se estrenó en el Festival de Sitges la película que ahora nos ocupa: El año de la plaga, dirigida por Carlos Martín Ferrera en 2018 a partir de la novela homónima de Marc Pastor (en toda deuda con Finney y Siegel, seamos sinceros) y que fue seleccionada inauguración del XXI Festival Macabro -Macabro Distópico.


II.

Coproducción entre España, Bélgica y México, El año de la plaga es un filme que inició su rodaje en la primavera de 2017, en Barcelona. El dato no es poca cosa si tomamos en cuenta que la historia nos habla de un virus con similitudes a la gripa que se esparce de manera exponencial hasta declararse una pandemia mundial, con cuarentena y reclusión incluidas… tres años antes de que sucediera lo mismo en nuestro país (y el mundo), justo en la primavera del 2020.

Pero más allá de estas circunstancias coyunturales, ¿qué nos ofrece El año de la plaga? Ni más ni menos que una nueva versión abierta y naif de los ladrones de cuerpos siegelianos, ahora a partir de la historia de Víctor Negro, un introvertido y apocado trabajador social geriátrico que vive estancado en el recuerdo de la traumática separación sentimental de Irene.

Típico chavo-ruco geek fanático del cine scifi y la cultura pop entrado en los cuarenta y tantos, Víctor debe soportar la conmiseración de sus compañeros de trabajado —"godínez" lerdos y alejados de sus intereres— empeñados en resolver su soledad con inútiles citas a ciegas, la más reciente con Lola, «una rarita igual que él», le advierten, y quizás por eso y por su innegable belleza, frescura y joie de vivre, es que logre conquistarlo… a medias, porque el recuerdo de Irene permanece a su lado, inamovible, hasta que un día ocurre el milagro: ella, su amor perdido, lo llama con urgencia al hospital donde es doctora. Le urge verlo, quiere su ayuda… algo raro está sucediendo: al lado de un paciente muerto, aparece un clon suyo a medio terminar. O algo así.



De esta manera, la película cambia de registro para ir de una supuesta comedia romántica triangular —con todo y enfrentamiento verbal entre las dos bellas frente al impávido ñoñazo— hasta convertirse en un thriller-scifi-horror tan cándido y consciente de su origen, que pone en labios de Martín citas a la original Body Snatcher explicándole, junto con otros ejemplos de filmes clásicos de la ciencia ficción como lo haría cualquier buen friki, los orígenes y curso de la historia a una Irene que ha descubierto la verdad del origen del mal.

Dentro de su modestia, El año de la plaga va conquistando a un público —no muy exigente, eso sí— con sus escenas de acción, el enfrentamiento constante entre Irene y Lola, referencias directas a las demás versiones del clásico (¡ese grito de las bestias extraído directamente de Kaufman!) y un humor autoconsciente que afortunadamente no hace solemne al filme, sino muy campechano, al grado de que es el propio Víctor quien recita una línea que ratifica eso que el público ya ha notado: «dime que esto no es un remake, odio los remakes…».

En su tercer largometraje, Martín Ferrera logra un último tercio de la cinta donde Víctor, una vez que lo ha perdido todo, debe convertirse en un improbable paladín de la raza humana, elevando el ritmo de la puesta en escena hasta hacer de ella una survivor-horror con cierto grado de dramatismo —bien fundamentado— generando un cúmulo de emociones que deja atrás lo bufonesco-adrenalínico hasta alcanzar un final que, no por conocido luego de seis décadas de ver esta historia reformulada, deja de ser válido y contundente.


EL AÑO DE LA PLAGA

Dirección: C. Martín Ferrera; Guion: Ángeles Hernández, Miguel Ibáñez Monroy, David Matamoros y Marc Pastor, a partir de la novela homónima de Marc Pastor; Producción: Samantha Guillén, David Matamoros, Yunén Monter, Peter Rogiers, Francisco Villareal, Adrián Bazán; Fotografía: Miquel Prohens; Música: Alfonso Poncho Toledo; Edición: Ana Charte; Con: Iván Massagué (Víctor Negro), Miriam Giovanelli (Lola), Ana Serradilla (Irene), Brays Efe (Miguel), Fermi Reixach (Lazlo), Juanra Bonet (Diego).

España-Bélgica-México, 2018 - 96 min.


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