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TRES LANCHEROS MUY PICUDOS

Por: José Luis Ortega Torres


Parida en 1988, justo cuando el cine de encueres picantes y albures prominentes (¿o era al revés?) se encontraba en su máximo apogeo y sintomática saturación, Adolfo Martínez Solares –de la dinastía de mismos apellidos– dirigió lo que hoy se supone es una de las obras cumbres de la sexycomedia ochentera: Tres lancheros muy picudos.

Digo se supone porque en realidad, esta película no es más que la repetición ad nauseaum de sobados tópicos ya envejecidos casi al mismo tiempo de su nacimiento pero, para mayor desgracia, utilizados acá sin ningún dejo de ilación; y no es que se pretenda obtener de estas cintas paradigmas de guiones, pero por lo menos sí una lógica medianamente desarrollada dentro de los cánones de este subgénero engañosamente erotómano, como en su momento lo tuvieron El día de los albañiles (1983) y Los verduleros (1985) ambas del propio Adolfo Martínez Solares, con mismas las fórmulas pero mejor atino en su desarrollo.

Existen quienes por necedad o miopía insisten en una revaloración de la cinta, cuando en realidad lo que se debe hacer es situarla dentro del marco social y económico que propició el surgimiento del cine de ficheras como una continuación mal entendida del cine popular, donde la guarrez y el encuere gratuito impuesto durante el lopezportillato, alcanza su fuerza plena como una moda escapista en el sexenio delamadridista, árido en todos sus sentidos, incluido el cinematográfico.

Pero si el cine de ficheras setentero guarda entre líneas mensajes moralizantemente cautivadores de tan candorosos con Sasha Montenegro y nenas que la acompañan encuerándose no por gusto, sino por reivindicante necesidad –en descendencia directa de la literaria Santa de Gamboa, hecha filme en cuatro ocasiones formales y cientos de espurias más– como una nueva variación desastrosamente desmitificadora de la prostituta de buen corazón (arquetipo pilar del cine mexicano junto con la madrecita, el charro, el pelado y Santo), donde el exceso no es la gracia, sino la desgracia.

Tun-tún as himself, César Bono en el rol del compinche pegoste y Alfonso Zayas como el eros de lumpenizada presencia, son los tres lancheros más bien sin pico del título, grotescas corporizaciones del sueño erótico del mexicano medio: huevonazos machos cabríos de playa que viven para el gozo sexualmente anodino proporcionado por sabrosas mujeronas de barriada en lo que ellas creen son lujosas vacaciones.

Es precisamente Zayas quien ha construido un personaje a lo largo de su filmografía llevando a la pantalla al héroe que todo mexicano acomplejado por su vieja, su suegra, su patrón, sus chamacos y su jodidez extrema quiere ser: el hombre igualmente jodido y acomplejado pero dueño de su sexo y arrendador (o arrendatario, qué mejor) del sexo de féminas que sólo Dios sabe porqué, se fijan en su enclenque percha.

Nada tiene que ver el cuerpo tísico, el mentón exagerado y la mirada libidinosa de Alfonso Zayas actor, para que el Alfonso-Zayas-personaje se convierta en estereotipo. Apliquemos por estereotipo el cómo se cree que se es, o sea, una imagen deformada, o mejor dicho, replanteada de lo que se debe ser. Así, Zayas ha construido, decíamos, un personaje unidimensional de sí mismo que no es, en ningún caso, la representación del mexicano promedio y sí una falsa figura de cómo debería ser para estar más feliz: jodido, pero contento. Feo, pero cojelón.

Porque habrá quien diga que el mexicano es así, pero sabe que no es cierto: antes que su realidad está su falacia. Es ésta última la que Alfonso Zayas, en el personaje de Roberto, presenta en Tres lancheros..., donde feo y pobre es capaz de darle gusto al cuerpo con su noviecilla Rosario (Rosario Escobar) en una sesión de sexo antierótico retratada a golpe de fullshots y con inverosímiles meneos de una hembra todo terreno.

Hembra, que no mujer, dada su condición intercambiable, y cuyo valor estimativo es directamente proporcional al tamaño de su trasero –porque en los años ochenta las tetas todavía no estaban de moda-. Sexo despojado del eros y sexo despojado de verosimilitud; baste ver a la Rosarito trepada en la mesa del comedor con lencería blanca de barata calidad frotándose un melón por su cuerpezote para excitar al buen Roberto Zayas, mientras que el espectador se muere de risa situado justo en la misma posición del chamaco voyeur que los espía por la ventana. Chamaco que en su propia persona es la muestra infantil de los infantiles deseos de espectadores que hacen de Zayas el estereotipo del macho garañón mexicano de sus sueños humedos: “....’uta, ka.... quien fuera ese güey”. Sublimación absoluta de los deseos reprimidos del espectador promedio y proyección de su persona en el hombre de la pantalla por un sólo boleto. Héroe de celuloide capaz de llevar a cabo los sueños húmedos del hombre común.

Es por eso que películas como Tres lancheros muy picudos, de torpeza fílmica innegable y estulticia argumental inconcebible, es llamada a ser un clásico el cine popular mexicano. Repito, si mal entendemos lo popular equiparándolo con lo grotesco.

Dos lancheros que huyendo de la mafia deben abandonar Acapulco para refugiarse en la ciudad de México después de perder en un palenque –y sin albur– miles de dólares del narcotráfico, y un medio lanchero (Tun-tún) que les sigue porque, sin querer, casi mata al jefe de la banda embarrándolo en una barda. Tres figuras que dan pie a una serie de gags poco afortunados donde lo mismo se mezclan karatazos, narcos, prostitutas y vampiros.

Nueva trampa argumental: mientras Bono y Tun-tún deben pasar las de Caín vendiendo su sangre para poder comer porque los asaltos planeados resultan un fiasco y hasta son impotentes de poder cogerse a la buenota en turno ya sea por la presencia del marido, la escasez de dinero, la falta de fuerzas y hasta por hambre (Tun-tún prefiriendo comer un pastel que tirarse a Yira Aparicio); nuestro héroe de ocasión viste trajes de primera, maneja un carísimo automóvil clásico y es dueño del corazón –y regalías– de la todo castidad Lina Santos –que no por prostituta es puta– dándose la gran vida prostituyéndose él mismo con gran gusto y similar sacrificio en pos de juntar el dinero necesario para instalarse ambos en Acapulco como dueños de su propio restaurante, no sin antes mandar a los chambones mafiosos tras las rejas y vencer la muerte de su amada redimida.

Ascenso económico del lumpen garañón y lancheros pegostes que lo acompañan. Reivindicación social de la cortesana de corazón puro y talón ajado de tanto andar. Recompensa sentimental para estos dos de la vida airada que augura su estabilidad dentro del sistema productivo nacional como prominentes restauranteros de zona turística. ¿Hay algo que no sea deseable en este cuadro pintoresco de sensualidad extraviada, sexualidad frígida, bronceadas carnes al aire y psico-proyecciones barriobajeras? Total, a que le tiras cuando sueñas mexicano... ¡Gracias Zayas, tú delirio es mi venganza!


TRES LANCHEROS MUY PICUDOS

(Sucedió en un verano caliente)


Dirección: Adolfo Martínez Solares; Guión: Adolfo Martínez Solares, Gilberto Martínez Solares; Producción: Frontera Films; Fotografía: Daniel López Santos; Música: Memo Muñoz y sus Nueve de Colombia; Edición: José Juan Munguía; Con: Alfonso Zayas (Roberto), Lina Santos (Linda), César Bono (Armando), René Ruíz Tun tún (Tún tún), Hugo Stiglitz (Hugo), Rosario Escobar (Rosario), Roberto Ballesteros, Claudio Báez, Yirah Aparicio.

México, 1988 94 min.

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