El fin último del cine entendido como espectáculo es divertir, entretener. Vaya, que ya de menos debería brindar, como mínimo, un par de horas de distracción a la cotidianidad de la rutina. A fin de cuentas para eso paga el espectador su boleto. Ahora bien, se entiende, y de alguna manera justifica, que algunos realizadores busquen la trascendencia fílmica por medio de planteamientos argumentales y/o estéticos de sobrada capacidad poética para permanecer no sólo en la memoria de los espectadores, sino para lograr la inmortalidad escribiendo su nombre con letras de oro en el palmarés de un festival cinematográfico, va... se acepta. Pero de eso, a que busque tomarle el pelo al respetable, dista una gran distancia.
Por otro lado, en Revista Cinefagia somos amplios partidarios del cine oriental en todas sus modalidades, desde monstruos gigantes, espadachines voladores y por supuesto el cine de arte y ensayo... pero lo que no podemos perdonar es que por el simple hecho de que “suene a chino” se deba solapar diciendo que se trata de una obra maestra. Esto lo digo porque estoy molesto... y bastante. Este año el FICCO nos restregó en la jeta algo que bien podría calificar como la peor película que he visto en los últimos años... si es que se tratara de una película. Me explico: que unos rollos de cinta contengan imágenes filmadas y las avienten a un proyector, no la convierte en eso a lo que nos referimos los mortales comunes cuando decimos “vamos a ver una película”
Estoy hablando de El vuelo del globo rojo, producción francesa a cargo del taiwanés Hou Hsiao-hsien basada en el célebre cortometraje de Albert Lamorisse, Le ballon rouge (1956), ganador entre otros premios del Óscar a Mejor Guión y de la Palma de Oro a Mejor Cortometraje en Cannes, dónde un globo del mentado color se dedica a seguir a un niño por las calles de París. Ahora, al cineasta responsable de títulos como Three Thimes, Café Lumière o Millenium Mambo y multinominado, pero jamás galardonado con la Palma de Oro en Cannes, se le ocurrió que presentar esa misma premisa medio siglo después del original, podría funcionar para cumplir con la invitación hecha por Serge Lemoine, Presidente del Museo Orsay de París, para rodar en Francia con el único requisito de que el museo apareciera en el filme.
Acá tenemos a Simón, un pequeño que es perseguido por un globo rojo mientras vaga por la calle. Pronto nos damos cuenta de que es hijo de Suzanne, una actriz de doblaje que le pone voz a espectáculos de marionetas, quien contrata a Song, una joven china estudiante de cine en París para cuidar del bodoque. Si pretenden que les cuente la trama, lo siento: no hay ninguna. Todo se va en observar al niño caminando por la calle seguido de su nueva niñera mientras ésta graba lo que encuentra a su paso. Vemos a Suzanne (insufrible, histérica y sobreactuada Juliette Binoche pensando que salvará la situación sólo por ser la diva del cine galo ...y con un tinte rubio de dos francos) gritar, reir, pelearse por teléfono con su ex marido, intentar hablar con el hijo, mover un piano y nada más.
¡Ah! ¡Pero eso sí! ...largos planos del globo rojo volando por el azulísimo (pa' que contraste) cielo parisino, asomándose a la recámara-tapanco del escuincle, metiéndose a los andenes del metro y, evidentemente, flotando sobre el museo en cuestión. Pretextos burdos para tirar cámara por el simple hecho de hacerlo sin tener algo que proponer y nada que decir, ni Hou Hsiao-hsien como realizador, ni mucho menos sus personajes. Tan es así que no existió un sólo diálogo escrito en todo el guión –forma de trabajo que ya utilizó en Café Lumière– y que da la sensación de vacío, de pérdida de tiempo y de engaño al mostrar a una Binoche totalmente desinteresada hablando de las bondades del celular con bluetooth de un cargador de pianos.
Tomadura de pelo que no viene sólo del director sino también de algunos críticos, obvio, del Cahiers du cinema, como era de esperarse (núm. 631, febrero 2008), ponderándola como la obra más compleja del maestro taiwanés (...que en realidad nació en China) cuando lo cierto es que al público qué, como ya dijimos, paga su entrada, eso le vale madre porque es de no creerse.
Al final, uno no hace más que pensar en el desperdicio de tiempo, palomitas y dinero. Por supuesto que existen aquellos que gustan del cine artie nomás porque sí, pero hay que saber que la pose no otorga la inteligencia y, en realidad, deberíamos de reflexionar y entender que una película no tiene que ser “de arte” por el simple hecho de ser minimalista, ni elegante por ser francesa, ni exótica por estar dirigida por un oriental y mucho menos buena por verse incluida en la programación de un festival donde ya se sabe que importa más la cantidad de filmes exhibidos que la calidad de estos.
EL VUELO DEL GLOBO ROJO
(Le voyage du ballon rouge)
Dirección: Hou Hsiao-hsien; Guión: Hou Hsiao-hsien, François Margolin; Producción: Kristina Larsen, François Margolin; Fotografía: Mark Lee Pin Bing; Música: Camille; Edición: Jean-Christophe Hym, Liao Ching-Song; Con: Juliette Binoche (Suzanne), Simon Iteanu (Simon), Song Fang (Song), Hippolyte Girardot (Marc), Louise Margolin (Louise), Anna Sigalevitch (Anna)
Francia, 2007 113 min.
Participaciones: Festival Internacional de Cine de Cannes, Francia 2007; Festival de Cine de La Rochelle, Francia 2007; Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary, República Checa 2007; Festival Internacional de Cine de Toronto, Canadá 2007; Festival de Cine de Nueva York, Estados Unidos 2007